No es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia

Vanessa Sánchez / Coordinadora de proyectos de Fundación Global Nature

Nos jugamos el futuro, es hora de ser ambiciosos, de acabar con el ‘bla, bla, bla’ de los políticos; es momento de actuar, y sabemos que se nos acaba el tiempo. El 6º informe del IPCC es contundente en esta cuestión: «La urgencia de pasar a la acción no es sólo que hay un punto de inflexión en un lustro, sino que, además, el tiempo juega en contra de las soluciones naturales con las que contamos». Esta cumbre del clima de Naciones Unidas en Glasgow, más conocida como COP, vive su 26 edición entre la urgencia por lo inevitable y el desánimo ante un reto aparentemente inalcanzable.

Aun así vamos a exigir hasta el último aliento que los países ricos, de una vez, dejen de emitir CO2. Suena utópico, sin duda, pero es la única forma de abordar el reto. No se trata de compensar, no se trata de mitigar o restaurar, se trata en primer lugar de evitar toda emisión de gases efecto invernadero. Y lo más triste es que las soluciones están ahí, podemos hacerlo, pero no pasamos de celebrar una COP tras otra.


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Si uno mira hacia atrás, desde Berlín 1995 y el primer gran paso, Kioto 1997, hasta el marco que ahora tenemos con el Acuerdo de París 2015, el mensaje repetido hasta la saciedad ha sido que debemos limitar el aumento de la temperatura media del planeta a 1,5ºC. Y por manido que suene, se hace camino al andar y resulta necesario también aplaudir a los que mantienen el ritmo de esta carrera de fondo, a pie de campo, y se dejan la vida por estar ahí, cuando no hay focos, para recordar que las emisiones de CO2 son el gran enemigo a batir y que la verdadera necesidad es dejar de ensuciar, más que limpiar.

Constatado está que el calentamiento global está causado por el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero emitidos por la actividad humana desde la revolución industrial. Y sabemos que, aunque es un daño global, lo sufriremos en lo local, en España, por ejemplo, con una desertificación galopante o mayor intensidad de eventos extremos como lluvias torrenciales.

Nuestros ecosistemas, bosques, océanos o humedales estabilizan el clima pero el último informe del IPCC advierte de que «la proporción de emisiones de CO2 que absorben los sumideros de carbono terrestres y oceánicos es menor en los escenarios con mayores emisiones acumuladas de CO2«. Quizá teníamos una gran esperanza puesta en la capacidad de sumidero de los ecosistemas forestales o acuáticos, pero cuanto más aumente la temperatura, menor capacidad de sumidero tendrán estos ecosistemas.


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Es, por tanto, prioritario frenar el deterioro de la biosfera, porque sólo los ecosistemas sanos serán capaces de evitar las peores consecuencias del cambio climático. Y para hacer esto, hay que tomar medidas que no siempre están en los discursos de la transición energética. Porque no podemos solucionar un problema generando otro, si esta transición sólo es posible a base de promover energías renovables o el uso de vehículos eléctricos que necesitan abrir miles de minas y ocupar territorios con graves afecciones a la biodiversidad, no estaremos evitando la desestabilización del clima, estaremos generando otro gran problema de una magnitud incluso mayor.

En cada reunión hablamos de «qué podemos esperar» de estas cumbres o de «qué claves seguir para saber si ha sido un éxito», pero el resultado es siempre tenue porque es insuficiente. En estos momentos informativos de máxima atención, se trata de presionar a quienes toman las decisiones y llegar al ciudadano para que exija a su país que cumpla.

Remarcamos la antigua fórmula del movimiento ecologista: «Piensa global, actúa local». Porque cada uno de nosotros podemos promover el cambio y debemos plantearnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Marcarnos nuestra propia hoja de ruta y ser conscientes de que los cambios individuales pueden ser escalables y lograr transformaciones. Tenemos un gran reto por delante y cabe preguntarnos, tras exigir a nuestros gobiernos que cumplan, qué podemos hacer nosotros mismos. Quizá hayamos cambiado nuestra mentalidad, ahora tenemos que cambiar nuestro comportamiento.


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Por supuesto que es urgente impedir el desastre y los devastadores efectos del cambio climático, y en ese camino hacia la solución, el trabajo diario y las evidencias científicas deben seguir como discurso indestructible, conocedor de su poder. Podemos no salir exitosos de cada cumbre, pero nuestro margen para conquistar la siguiente es conocer la magnitud de nuestra convicción y de nuestro cada vez más potente músculo.

En esta cumbre anual organizada la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) reúne a 196 países, más la Unión Europea hay muchos objetivos, pero estos son los más importantes:

  • Cómo reducir brecha entre las promesas de los países y el Acuerdo de París, que establece una meta de 1,5º – 2º de calentamiento para finales de siglo.
  • Crear y asentar un mercado de carbono para reducir las emisiones y esta es la tercera vez que el asunto se lleva la mesa de una cumbre.
  • La ayuda a los más vulnerables: no sólo para que puedan mitigar, sino también por los países más pobres son los que sufren más los fenómenos extremos consecuencia de esta crisis climática.