Nuestros pueblos y ciudades, los conjuntos histórico-artísticos y nuestras ciudades patrimonio de la humanidad están sometidos a un interés especulativo que las capacidades técnicas potencian y, lo que es peor, las normativas municipales permiten, dando como resultado la alteración, muchas veces irreversible, de los volúmenes, materiales, diseños y texturas y de los perfiles históricos de sus caseríos.