UN REGALO DE CUMPLEAÑOS (5ª cumpleaños)

 

(CUENTO)

Fausto Calzado De la Torre.- José Luis es un niño rubio, muy guapo y muy bueno, al que quieren mucho sus abuelos, sus titos, sus primos y también su maestra doña Anselma; pero, sobre todo, su papá José Luis, su mamá Pili y sus hermanitas María y Conchi.

A José Luis le gustan mucho los animales: se pasa largos ratos escarbando en las macetas de su abuela Isabel, buscando caracoles y otro tipo de bichos. Por eso su abuelo José le regaló un perrillo para el día de su cumpleaños.


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Cuando lo vio, se puso loco de contento y lo cogió entre sus brazos. No quería ni moverse por si le hacía daño. Era marrón, más oscuro en el lomo y más claro, casi blanco, por la barriga. Pero, cuando José Luis se cansa de acariciarlo, se pone a jugar con él y le hace daño y el perrillo gime como si fuera un niño pequeño.

Varios meses después de su cumpleaños, José Luis y su hermanita María salieron de casa sin pedir permiso. El perro, a quien habían bautizado con el nombre de Curro, se fue detrás de ellos, meneando el rabo y con un trotecillo que revelaba su alegría.

Nuestros tres amigos no fueron muy lejos. A unos cien metros de su casa se encuentra un parquecillo al que llaman El Paseo de san Roque. En él hay columpios y una gran cantidad de árboles enormes y muchos bancos para sentarse. Allí pasaron largos ratos jugando sus papás, sus titos y hasta sus abuelos, pero hoy apenas si van niños.


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Por esa razón, los dos hermanitos y su perrillo Curro continuaron calle arriba hasta llegar a la Ronda donde torcieron a la derecha. Ya en la Ronda, a la altura de la primera bocacalle, se dieron cuenta de que era tarde y se asustaron. Pensaron que el camino que habían recorrido hasta llegar allí era demasiado largo, sin duda porque lo habían hecho muy despacio, y se sintieron perdidos.

Sólo Curro se mostraba ajeno a la situación, pues seguía moviendo la cola como si nada ocurriera. Pero enseguida pareció entender lo que les pasaba a José Luis y a María y empezó a trotar por la primera bocacalle hacia abajo. Los niños permanecieron por un momento dubitativos y decidieron seguir a su amigo: nada tenían que perder. Como la cautela les hacía caminar despacio, el perro detuvo su carrera y comenzó a caminar más despacio delante de ellos.

Al momento se sintieron más perdidos que antes y su pequeño corazón empezó a latir deprisa. Las casas por las que iban pasando no les resultaban familiares y tampoco había nadie a quien pudieran preguntarle.


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Por fin, llegaron a una calle que partía en dos, perpendicularmente, el recorrido que llevaban y, al mirar hacia la derecha, para ver si venía algún coche, divisaron a lo lejos el Paseo. José Luis, que era el mayor, pensó que quizá su amigo Curro conocía el camino y lo animó a seguir adelante. En el nuevo tramo de la calle, el niño empezó a reconocer algunas casas, pues había pasado por allí con su mamá cuando va camino de la casa de sus abuelos Cristóbal y Marcelina, y aceleró el paso. Como si lo comprendiera, el perro aligeró el suyo también.

De pronto, Curro empezó a correr ladrando y los niños divisaron su casa a unos cuarenta o cincuenta pasos. Era una casa antigua con la fachada de ladrillos, dos balcones de hierro y unos canalones que a José Luis siempre le llamaban la atención, sobre todo cuando llovía, porque el agua caía de dos animales bastante raros que a él siempre le parecían dos grandes peces con la boca muy abierta.

Vieron el escaparate de la tienda de su papá y entonces echaron a correr hasta que llegaron sofocados y sudando hasta la puerta. No se puede describir el gozo que sintieron al entrar, cuando encontraron a su papá despachando a los últimos clientes del día.


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José Luis miró a su amigo Curro y lo abrazó por el cuello, ya hemos dicho que había pasado mucho tiempo desde su cumpleaños y, como el perro había crecido bastante, no lo podía tomar en brazos. Entonces comprendió que nunca más le haría daño y que no volvería a salir de casa sin permiso.

Y colorín colorado…

(Cuentos para Conchi, María y José Luis)