TRAYECTOS GERMINALES

Pero sólo cuando vi una reseña en una página de nuestra tierra manchega me decidí a pedirle su último libro

José Ignacio Espinosa Sánchez

José Ignacio Espinosa Sánchez.- Supe de la vocación poética de mi prima hermana Virginia y de sus reconocimientos, por las noticias familiares que corren informales. No son fáciles en esta vida de distancias, los encuentros compartidos de lo que hacemos cada uno.

Pero sólo cuando vi una reseña en una página de nuestra tierra manchega me decidí a pedirle su último libro, que me remitió amorosa (mi prima es puro cariño) junto con un regalo de su actual dedicación: una pequeña acuarela (de la que añado foto en los comentarios porque ilustra bien nuestro paisaje, nuestra tierra).

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  Son sus versos de lo más hermoso que he leído en mucho tiempo. Versos emotivos, sanadores. Versos que hablan del alma y de la tierra. Versos, que nacidos de los mil y un surcos que dibujan la meseta manchega, de cielos infinitos y horizontes siempre inalcanzables, hablan de corazones que no se pliegan a rozaduras del camino sino que se levantan cada día, que sueñan cada noche, con lo nuevo que sorprende y da sentido al camino de la vida.
Son versos del alma inmersa en camino, viajando en esos trenes que acompañan el paisaje inagotable que nuestra propia vida nos impone. Qué imponente la metáfora de caminos, de metas, de estaciones, de raíles que traen y llevan.
Y como una constante en su vida (qué envidia, yo, que pese a mis raíces, sólo gocé de La Mancha de manera parcial y ocasional) los paisajes, los cielos, las flores, los viñedos, el transcurso de las estaciones, las lomas y las llanuras, las nubes y el sol intenso que hace ser a cada ser como es.
No soy un lector habitual de poesía. Soy lector ávido de renglones y de historias, de lirismos y de emociones escritas. Pero no tengo más formación literaria que los muchos años de lectura inquieta y constante, y ese dejarme llevar por los consejos de amigos más doctos que yo. Devoro narrativa, y digo bien devoro. Yo mismo a veces me pregunto qué me queda tras esa lectura casi compulsiva convertida en hábito de vida.
Es cierto que llevo años acercándome a la poesía. A retales de poesía. Unas veces por la casualidad de un texto puesto a tiro, otras veces por la delicadeza de amigos en esta red que acercan retazos de poemas maravillosos. He descubierto que ya no me basta con cualquier narrativa. Mi lectura, mi vida, precisa de trazos de lírica que ahonden en los sentires. He vivido, creo bastante; sumo en mi haber ya muchas experiencias; no necesito ahora tantas historias porque arrastro algunas.

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  Por último: voy a ser un atrevido al decir que siento los poemas de Virginia en la mejor tradición machadiana. Sé que ella me reprenderá por humildad esa comparación, pero así la siento y sinceramente creo que acierto.
No es libro para una vez leído dejar en el anaquel. Es un libro que ha de reposar siempre próximo en la mesita de noche para iluminar anhelos en noches en que cuesta soñar.