Se acerca la Semana Santa y con ella las torrijas

TORRIJAS DE SEMANA SANTA

Nunca he sabido hacer dulces.

José Ignacio Espinosa Sánchez.- La elaboración de pasteles, bollos, rosquillas, tartas o bizcochos, requiere medida, tiempo y alquimia. Nada que ver con los platos principales que se mueven más por tarea, intuición, olores y percepciones de color y sabor.

Pero este confinamiento, que ya nos dura un mes, ha hecho que en todas las casas surja el afán culinario, una fiebre por elaborar esos dulces maravillosos que nos recuerdan el hogar familiar; ese seno, también materno, donde nos criamos entre pucheros, sabores, olores, amor y tradición. También en mi cocina he caído en la tentación.

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Procedo de una familia manchega donde los dulces de Semana Santa no eran habitualmente torrijas sino “canutos”, “rosquillas”, mantecados almendrados… fritos los más en aceite de oliva de la tierra, sobrecargados en azúcar, y servidos en fuentes junto a la botella de vino dulce mistela, cuando engalanados para la fiesta esperábamos la procesión junto a la familia en las habitaciones con balconada a la calle.
Mi familia segoviana, la de mi mujer, siempre contó con las torrijas de Lucía, la madre amorosa, precisa y hacendosa. No hubo, mientras estuvo entre nosotros, una Semana Santa que no nos preparara una fiambrera con una docena de ellas, amén de unas empanadillas fritas, rellenas de membrillo y azucaradas por fuera. Y ese regalo provocó siempre en mí pereza en aprender, pues año tras año contaba con los dulces regalados.
Estos días, con su ausencia, faltaban más que nunca esos placeres caseros; no sólo porque es Semana Santa, sino porque el gusto de la torrija hecha con cariño nos lleva al mejor recuerdo de la familia hoy imposible de agrupar por el drama que vivimos.

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He querido, no obstante, introducir algún detalle novedoso respecto de la sencilla receta tradicional. Sirva este postre como homenaje y recuerdo a nuestras madres, a nuestras abuelas, a nuestras casas familiares, a nuestros pueblos… donde la Semana Santa era tiempo recogido y dulce.
No pretendo dar lecciones de cómo hacer torrijas porque en cada casa se conoce la receta familiar. Deseo al editarla en esta página, recordar los dulces tradicionales y sugerir un postre simple a los que me honran con su lectura desde la lejanía de España y de sus tradiciones.
INGREDIENTES:
1 barra de pan de torrijas (o pan endurecido de un día para otro), 1 litro de leche (yo la he usado desnatada y sin lactosa por mi intolerancia y ha resultado también perfecta), dos cucharadas soperas de azúcar, 1 cañita de canela, la fina cáscara de un limón, media cucharadita de polvo de vainilla, 1 copa de vino de Oporto, 2 huevos, aceite puro de oliva virgen extra (y si puede ser manchego, mejor), agua, tres cucharadas soperas de miel, y canela en polvo.

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ELABORACIÓN:
Calienta la leche sin que llegue a hervir. Viértela en una cazuela grande junto con la cañita de canela, la vainilla, la cáscara de limón, las dos cucharadas de azúcar, y la copita de Oporto. Remueve un poco y deja mezclar los sabores y enfriar al menos 20 o 30 minutos.
Trocea la barra en rebanadas sesgadas para que salgan más grandes de un grosor de unos dos centímetros.
Bate los huevos en un plato.
Calienta en una sartén abundante aceite de oliva virgen extra y mantén alta la temperatura.
Ve empapando las rebanadas de pan abundantemente en la leche preparada. Si el pan es especial de torrijas no se te deshará y podrá contener, al ser más esponjoso, más cantidad de líquido. A continuación mójalas bien en el huevo batido, y pongas a freír. Espera a que tomen un aspecto bien dorado y de consistencia firme.
Ve ordenándolas en una fuente con algo de hondura que permita no verter el almíbar que vamos a elaborar.
Calienta las cucharadas de miel con medio vaso de agua y remueve hasta que se disuelva y dense un poco.
Espolvorea de canela las torrijas fritas y con un cucharón ve vertiendo sobre ellas el almíbar.
Listo. La esencia de la Semana Santa ha llegado a tu casa. Las puedes servir con té o café como yo hago, tomarlas como postre de comida o cena, u ofrecerlas con un vino dulce como se regalaba antiguamente a media tarde cuando se recibían visitas.
Buen provecho.