Personajes Ilustres siglo XVII.- Gregorio de Robles (aventurero)

Periplo de un aventurero (primera parte)

Lorenzo Fernández Molina.- NUESTRO viajero manifiesta a comienzos de su declaración que: “es natural de Moral de Calatrava, de edad de cuarenta y cinco años, poco más o menos, hijo legítimo de Juan Ruiz de Robles y Ana de Montes, sus padres naturales. Su padre de la dicha villa y su madre de la de Almagro, donde fueron conocidos por gente honesta en su esfera.

Que hallándose en su patria en el ejercicio de labrador, deseándose no limitarse a aquellos cortos términos, ver el mundo y servir a S.M. salió de su casa el año pasado de 1688, sin más motivo que el expresado, y se encaminó a Andalucía. Llegó a Sevilla, y por hacerse allí algunas levas, le indujeron a que sentase plaza de soldado en una compañía que se levaba de cuenta del capitán don Juan deAyala, para el presidio de San Agustín de la Florida”.


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PROBABLEMENTE, nuestro paisano, incitado por algún relato de otro viajero o conquistador, hizo que tomara tamaña determinación y se decide a los veintinueve años de edad –edad madura para la época-, a dejar su tierra natal. Desde este punto de vista no se nos parece distinto a tantos miles de españoles que intentaron poner el mismo rumbo, en busca de mejoras de fortuna, ascender en la escala social, alejarse de su familia o, simplemente, experimentar las novedades propias de una vida nueva y desconocida.

AÚN cuando no debemos descartar la presencia de algunos de estos estímulos, lo cierto es que en Robles se percibe una rara vocación por «ver el mundo», que lo lleva a convertirse en un permanente viajero que, casi sin pausa alguna, deambula por toda la América del Sur: conociendo, observando, admirando la naturaleza, a través de largos quince años, sin detenerse mucho tiempo en ningún lugar y sólo la ciudad de Lima alcanza a retenerlo más de un año y medio, Busca constantemente la posibilidad de reanudar su viaje y no duda en mover influencias, o dar dinero si es preciso, con el fin de satisfacer su infinita curiosidad y verlo todo por sus propios ojos, aún cuando para ello deba afrontar penosas travesías y toda clase de riesgos. No lo detiene ni el calor, ni la nieve, haciendo largas y fatigosas jornadas a pie, o en mula, en canoa o navío, con el propósito de seguir adelante en su itinerario. Muchas veces vuelve sobre sus pasos para conocer mejor una región, observar la naturaleza o visitar una ciudad. No desdeña tampoco el recurso de andar de noche, cuando es preciso esquivar a los indios bravos. Por cierto, que a nuestro viajero, no se le podía aplicar lo de «nunca se atreven a hacer mudanza de la tierra donde nacen, porque, una legua de sus lugares les parece que son las Indias, e imaginan que hay allá gentes que comen los hombres vivos».

PERO más sorprendente aún es la actividad a la que se dedicó durante su periplo americano: cambió su condición labriega por la de agente secreto al servicio deSu Majestad. Se dedicó a espiar “las operaciones de contrabando de azúcar, tabaco, oro,perlas y esmeraldas que los ingleses, franceses y holandeses hacían impunemente en losdominios españoles del Caribe insular y continental”. Los españoles nada podían hacer,dada la escasez de fortificaciones y efectivos militares que Carlos II tenía en aquel enclave.


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ADEMÁS, fue un hábil analista de las estrategias militares que se maniobraban en la zona. Para ello tuvo que atravesar los Andes a pie, interpretar paisajes, describir especies vegetales y animales, visitar y esconderse en ciudades y pueblos recónditos, explorar selvas de las que pocos salían vivos. Fue hecho prisionero por piratas ingleses y holandeses que lo acusaron de espionaje, pero su sagacidad lo libraron una y otra vez de caer en las zarpas de la muerte.

ROBLES carece de recursos económicos. Vive de !a dádiva o de la limosna, según lo refiere reiteradamente. Sólo durante su estancia en Lima confiesa que hizo de «mercachifle», Pero tal vez, también lo hiciera en algunas otras ocasiones necesarias. Lo mismo sobrevivía a base de limosnas y la caridad de los indígenas, que era agasajado y recibido por funcionarios, eclesiásticos, encomenderos y comerciantes. El Presidente de la Audiencia de Quito lo hospeda en su casa, el Obispo de Arequipa le hace confidencias y llega a tener acceso a ciertos niveles de la sociedad indiana que seguramente no podrían frecuentar hombres de su condición y en mero tránsito por el lugar.

Es cierto que lo ayudan en sus presentaciones sus “paisanos» de Calatrava y las vinculaciones que tiene con los jesuitas, mediante cartas y recomendaciones; pero, seguramente, nuestro viajero poseía ciertas cualidades personales para su condición de pobre labrador, que inmediatamente le abrían puertas no siempre accesibles. Su mismo acercamiento a la Corte francesa, en la última etapa de su viaje y, finalmente, las causas que llevaron a la redacción de esta crónica nos advierten la presencia de un singular personaje. No es un pícaro o buscavidas, sino un hombre de miras más altruistas y elevadas, que coloca todos sus sentidos en pos del conocimiento e indagación de las tierras de Colón. El dinero que recibe, las canoas que le regalan y los indios que le ponen a su disposición, todo lo utiliza para cumplir ese objetivo. No duda desprenderse de los mismos cuando su insaciable curiosidad y el ánimo de seguir adelante le obligan a ello.

ROBLES, como él dice, vive muchas veces de la dádiva o limosna, pero no es propiamente un ocioso. Aún cuando no da cuenta detallada de los servicios prestados, es probable que el buen resultado de esa red de contactos con sus «paisanos» y con los religiosos, haya sido posible gracias al espíritu servicial y a sus aptitudes para desempeñarse en varios menesteres. (No debe olvidarse que, generalmente, era portador de cartas). Las habilidades de Robles seguramente eran apreciadas tanto en la vida urbana como en las fatigosas jornadas que funcionarios, militares, religiosos y comerciantes debían hacer en cumplimiento de sus tareas específicas o en pos de un lucrativo negocio. Sus buenos servicios se transparentan, incluso, en la protección que encontró aun en las condiciones más adversas, cuando fue, sucesivamente, prisionero de franceses y holandeses.


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SOBRE la naturaleza hace consideraciones útiles y sagaces, no exentas de adecuadas comparaciones con otras regiones. Del comercio y las industrias se ocupa no sólo para describirlos, sino también para apuntar juicios sobre su utilidad, Sobre las ciudades, brinda descripciones breves, pero no ausentes de gusto artístico, como la relación que hace de las iglesias quiteñas. Acerca de los gobernantes da también juicios ponderados, favorables o no, de acuerdo con los casos. Como vemos, no ignora los grandes problemas de las Indias y las graves preocupaciones de la Monarquía, ocupándose repetidamente de ellos, No titubea en sugerir soluciones concretas a algunos de aquéllos. No es el pícaro que esconde compromisos y calla los excesos y abusos lejanos, más bien, los enfrenta y denuncia resueltamente, sobre todo, cuando se cometen contra los indios y la real hacienda. Alguna vez, incluso, su decidida actitud le provoca momentos difíciles para su propia vida.

EL relato se destaca por la precisión con que se señalan los itinerarios, se describen lugares y se indican fechas y distancias, No faltan cantidades para relativizar poblaciones o para establecer el volumen del tráfico mercantil. Abundan los nombres de funcionarios, soldados, obispos y religiosos que lo ayudaron. No es posible, desde luego, señalar la exactitud de todos los datos que proporciona; pero, de cualquier modo, nos asombra cómo nuestro viajero ha podido retenerlos en su memoria durante tiempo tan prolongado. Todavía, al hacer su declaración en 1704, Robles se disculpaba de no poder citar todas sus andanzas «por no haberlas apuntado, ni tenido posibilidad para ello».

ESTA crónica ofrece otro perfil de bastante interés. En su fondo aparece la imagen de la gran Monarquía acechada por sus enemigos en América -sobre todo ingleses y holandeses- y aquejada también por males endémicos en su estructura interna. En tal sentido, Robles asumió el curioso papel de un veedor permanente, repartiendo críticas y elogios con una llamativa independencia de juicio, Pero no se contentaba con ello nuestro viajero. También se consideraba autorizado para formular proyectos, aconsejar soluciones y aún contradecir algunas ideas que juzgaba inconvenientes. A través de su relato se trasluce la crisis de la Monarquía, especialmente por la difusión del comercio ilícito que afecta a los propios indianos, y por la falta de defensa armada en algunos puntos vitales que perjudicaban no sólo los planes de estrategia militar, sino que dejaban a ciudades y otras poblaciones a merced de los enemigos.

NO debe extrañar, pues, que estos temas preocuparan vivamente a nuestro paisano, A través de casi todo su peregrinaje había observado el problema del contrabando. Lo había visto tanto en la base de operaciones antillana como en otros puntos alejados del continente» También había observado con ciento detenimiento las defensas militares: enemigas y propias, Sobre las enemigas ofrece una información precisa -y seguramente valiosa para entonces-, pues ha recorrido Jamaica y ha estado en Curazao; sobre las defensas españolas señala las deficiencias, cuando las hay, para obtener su corrección.


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UNO de los tópicos reiteradamente aludido era el de la situación de los indios, Consciente de que la política de la Corona era en favor del buen tratamiento de los naturales, Robles adopta una actitud critica, denuncia los abusos que se cometían, sobre todo en los grandes centros mineros; pero al mismo tiempo exalta la labor que cumplen los religiosos en las doctrinas -distribuyendo censuras y elogios de acuerdo a lo que va observando-.

EN suma, se reúnen en este labrador castellano, pobre y analfabeto, ciertas condiciones personales que lo colocan en un nivel cultural mucho más alto del que podría aspirar por su modesto oficio y su ignorancia en la escritura de la lengua de Cervantes. Lo cierto es que Robles supera esa carencia con otros dones: gran observador, sabe escuchar, tiene una memoria prodigiosa y no es escasa su inteligencia y perspicacia para abordar múltiples temas.

Si el autor de esta crónica era analfabeto. ¿Cómo llegó a redactarse el escrito que hoy conocemos? Es indudable que nuestro paisano no pensó nunca en la posibilidad de que sus andanzas quedasen registradas por escrito, ni que su nombre alcanzase la inmortalidad literaria; a lo sumo, los recuerdos y lances propios de su prolongado viaje servirían para matizar momentos de hastío o de dificultades y también serían oportunamente rememorados para distracción de sus paisanos y circundantes. De tal modo, debe suponerse que no existía en nuestro viajero preparación ni ánimo para una empresa de relacionar de sus andanzas. Robles era llevado, como hemos dicho, casi exclusivamente por el deseo de satisfacer su curiosidad.

Una vez vuelto a España, el relato de sus aventuras debió extenderse más allá del círculo de sus contertulios, hasta llegar a oídos de altos personajes. Así fue como, por indicación del Abad de Etree y en Madrid, ofreció Robles al Rey dar razón de su persona y de sus andanzas por lo que pudiera interesar al Real Servicio. La petición fue acogida favorablemente. Se dispuso que Robles acudiese, para su examen y declaración, ante el Ministro del Consejo de Indias, don Manuel García de Bustamante. Así lo hizo y éste fue recogiendo, en cerca de cien hojas bajo el título de «Declaración y noticias», la relación del viaje que Robles ratifica bajo juramento y el Ministro certifica con su firma. Por este servicio, Robles fue socorrido con veinte doblones –cantidad bastante importante para la época-. Ello ocurría el 4 de febrero de 1704.


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EL hecho de que un Ministro del Consejo de Indias haya empleado el tiempo indispensable para atender tan larga declaración, que ésta haya sido registrada por escrito minuciosamente y, más aún, que haya sido guardada desde entonces en el archivo del alto organismo, son índices de que el examen de la persona de Robles no resultó, en modo alguno, desfavorable. Es más, puede estimarse que sus manifestaciones interesaron a un gobierno tan sediento de noticias directas que sirvieran de apoyo a sus acciones, fundado casi siempre en la información y pocas veces en la observación directa.

NO resulta fácil ubicar esta «Declaración y noticias» dentro del variado género literario sobre viajes. Ofrece rasgos propios tanto de las memorias, como de las descripciones geográficas o militares y aún de las guías de viaje; pero su principal objetivo era el de ofrecer información a la Corona sobre las actividades ilícitas que realizaron los extranjeros en las Indias, tema entonces que preocupaba a los altos organismos gubernativos. No se limita, por cierto, a este aspecto, sino que formula muy interesantes observaciones sobre la estructura interna del gobierno indiano, reflejo de lo que ha visto y oído. Ofrece también, sin proponérselo quizá, valiosos itinerarios de viaje, con mención de las distancias, caminos, dificultades de marchas, etc. Presenta, en fin, un campo abierto para interiorizarse de la vida social y económica de esas poblaciones, algunas muy pequeñas y alejadas de los grandes centros urbanos.

NUESTRO documento es simplemente una declaración informativa. Estos pliegos tienen una gran vitalidad, que se traduce tanto una palabra fácil y alegre en el declarante, como una pluma hábil en el redactor para captar esas características. Naturalmente. no debemos pretender hallar en este escrito una belleza literaria, ni tampoco esperar la anécdota oportuna o la descripción elaborada para cautivar al lector, pues nada de esto se tuvo en mira al momento de su redacción. Sin embargo, el ojo avizor sabrá descubrir, por aparte de una minuciosa y muy aprovechable información, un mundo de imágenes que puede ayudar a conocer mejor la vida de la sociedad indiana de fines del siglo XVII.


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En un nuevo articulo publicaremos una descripción del itinerario seguido por este pertinaz viajero nos permitirá alcanzar una mejor valoración del documento que se comenta.