Personajes Ilustres.- El Maestre en el romancero

Lorenzo Fernández Molina.- La palabra romance, en su origen durante la Edad Media, se refería a una composición en lengua vulgar (lengua vernácula), es decir en español. A partir del siglo XV se empieza a usar la palabra romance para hacer referencia a poemas populares, de autores anónimos, generalmente cantados o recitados con acompañamiento de un instrumento.

El periodo de mayor popularidad corresponde a los siglos XV al XVII. El mismo romance podía tener diferentes versiones dependiendo de factores como zona y juglar.


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El romancero del Maestre de Calatrava dibuja con cariño su retrato: gallardo, cortés, esforzado, valiente hasta la temeridad. La vega, supo de sus andanzas y fue el teatro de sus victorias. Hasta la Alhambra, ascendía el fulgor de su prestancia, y, hasta el infierno, descendió el ánima de aquellos moros que osados se cruzaron ante su espada. Bajo los cielos de Granada, la figura del guerrero se idealiza y encumbra en dechado de caballerosidad y gentileza. Don Rodrigo Téllez Girón estaba adornado de cualidades tan sobresalientes que lo convertían en modelo; a ello, se añadía, que los hados juguetones lo coronaron con un halo sentimental.

Escaramuza en la Alhambra.

D. Ginés Pérez de Hita nos relata Granada en su famosa novela sobre las guerras civiles de los moros. Se trata de una novela de caballerías de este ilustrado hombre que conocía el árabe y participó en la Guerra de las Ampujarras.

En la obras, “Las Guerras Civiles de Granada”, capítulos III, Pérez de Hitanos relata, con profusión de colores y detalles, la pelea, más que simple escaramuza, que mantuvieron el noble Muza, hermano del Rey Chico, con el Maestre de Calatrava, don Rodrigo Téllez Girón.


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«Teniendo noticias, por sus habituales correrías por la Vega, de las fiestas que se hacían en Granada por la coronación del rey Boabdil, señor del Albaicín, en detrimento de su augusto padre el rey Muley Hacen, señor de la Alhambra, (que tanto enriqueciera el colosal monumento), solicitó don Rodrigo Téllez del recién coronado rey nazarita permiso para participar en las reales fiestas en su honor (justas), haciendo escaramuza con alguno o algunos caballeros de los de su corte.

Gustó al rey de Granada el desafío y gesto del castellano, noticia recibida con gozo en el Generalife donde el monarca se solazaba con sus amigos cortesanos, conviniendo todos enseguida que este sería festejo principal, sorteándose a quien correspondería primero el honor de pelear con el valiente y osado castellano, tocándole la suerte al noble Muza, hermano del rey, gentil y valeroso caballero.

Días de esplendor, según las crónicas, fueron aquellos en la ciudad festiva, con juegos, músicas y versos, torneos y bailes donde competían los más antiguos y claros linajes del reino, jóvenes valientes, que culminaría con la escaramuza anunciada de los dos contrarios combatientes».


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«No había roto aún el alba cuando el buen Muza ya estaba de todo punto muy bien aderezado para salir al campo.” Llevaba el moro su cuerpo bien guarnecido, sobre un jubón de armar una muy fina y delgada cota, que llaman jacarina, y sobre ella una muy fina coraza, toda forrada en terciopelo verde, y encima una rica marlota del mismo terciopelo, muy labrada en oro, bordada de muchas DD de oro, hechas en arábigo, letras iniciales del nombre de Daraxa, su amada.

El bonete era del mismo color, verde con ramas labradas de mucho oro, con las mismas iniciales dichas. Llevaba una muy fina adarga fabricada en Fez y un listón por ella atravesado verde, en medio de una cifra galana, que era la mano de una doncella, que apretaba en el puño un corazón del que salían gotas de sangre, donde se leía: “Más merece”. Salió por la puerta de Bibalmazán, acompañado del Rey, su hermano, y todos los caballeros con él».

“El Maestre, así que lo vio venir, luego coligió que aquel caballero era Muza,con quien había de hacer batalla…”

El Maestre: “Iba muy bien armado, y sobre las armas, una ropa de terciopelo azul muy ricamente labrada y recamada de oro. Su escudo era verde y el campo blanco, y él puesta una cruz roja, hermosa, la cual señal también llevaba en el pecho. El caballo del maestre era muy bueno, de color rucio rodado. Llevaba el Maestre en la lanza un pendoncillo blanco, y en él la cruz roja como la del escudo, y bajo de la cruz, un lema que decía: “Por ésta y por mi Rey”.


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Al verlo llegar, el Rey comentó a los suyos: “No sin causa este caballero tiene gran fama, porque en su talle y buena disposición se muestra el valor de supersona.”

«Enseguida mandó el Rey tocar clarines y dulzainas, a las que respondieron las trompetas del Maestre, señal convenida, momento en que los dos valientes caballeros arremetieron sus caballos con grande furia y braveza, dándose grandes encuentros sin que ninguno perdiera la silla. El caballo del Maestre no eran tan ligero como el de Muza que se movía en su entorno con facilidad dándole algunos golpes al Maestre.

Pero éste, más avezado y más fuerte, levantándose en los estribos, lanzó con mucha furia su lanza hiriendo el caballo de Muza en la quijada, golpe que acusó el vistoso animal que se puso a dar saltos y corcovos, obligando al jinete a saltar de la silla y, rugiente como un león, se fue hacia el Maestre dispuesto a desjarretarle un golpe mortal.

El Maestre, diestro en la pelea, más experimentado, saltó rápido de su caballo, “tan ligero como un ave” y, embrazando su escudo, dejada la lanza, con la espada en la mano se fue para Muza que venía con su cimitarra levantada, dando comienzo a una tremenda lucha cuerpo a cuerpo de manera que pronto se deshicieron armas y escudos… que terminó cuando el Maestre hirió al joven Muza en el muslo y le arrancara el bonete de la cabeza quedando el casco al descubierto…Mal quedó el valiente caballero, lo que no le impidió herir en el brazo al Maestre, lo que acabó por encender su saña y herir con su espada a Muza, que rodó malherido por el suelo…El Maestre, viendo a su contrincante caído y muerto su caballo, clemente y satisfecho, determinó poner fin a la batalla, dar mano de paz a su enemigo y hacer con él amistad de caballeros, cosa que Muza agradeció con gallardía….»


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«Desde las torres de la Alhambra, asomadas a sus ventanas, contemplaron la Reina y su corte de damas la famosa escaramuza entre caballeros que fuera tan famosa en aquel reino. Fátima, la amada de Muza, ricamente vestida de damasco verde y morado, del color del pendoncillo que llevara Muza, toda la ropa bordada de las MM griegas de su amado, que derramaría lágrimas por su amado herido.

La bella Daraxa, que tenía puesto su amor en un caballero abencerraje, y tantas otras que con su alegría y belleza alegraban los patios del hermoso recinto nazarita, la mirada perdida en la espléndida Vega con sus aguas y alamedas donde los caballeros galopaban haciendo ostentación de su destreza, dejando nubecillas de polvo en los caminos…Abajo, la ciudad con sus mezquitas, plazas, gritos y juegos, muros y puertas, jolgorio de fiesta y fuego y pólvoras…»

«El Rey felicitó al Maestre con toda suerte de cortesías y enseguida dio orden de volver a Granada y a su alto castillo…Entró el regio cortejo por la calle Elvira…»


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Y en memoria de famoso trance su romance se extendió por los campos y villas de Castilla:

Romance al Maestre de Calatrava 

¡Ay Dios, qué buen caballero – el Maestre de Calatrava!
¡Cuán bien que corre los moros – por la vega de Granada!,
Con su brazo arremangado – arrojara la su lanza
Cada día mata moros, – cada día los mataba,
vega abajo, vega arriba, – ¡oh, cómo los acosaba!
Hasta a lanzadas metellos – por las puertas de Granada”
con tanta bravura y fortaleza que
Tiénenle tan grande miedo – que nadie salir osaba.
El rey, con gran temor, – siempre encerrado se estaba;
no osa salir de día; – de noche bien se guardaba”.

Romance al Maestre de Calatrava 

¡Ay, Dios, qué buen caballero – el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros – por la vega de Granada,
dende la puerta de Elvira- hasta la Sierra Nevada!
Con trescientos caballeros, – todos con cruz colorada
Dende la puerta de Elvira – les va arrojando la lanza.
Las puertas eran de pino, – de banda a banda les pasa:
tres moricos dejó muertos – de los buenos de Granada,
que el uno ha nombre Alanese, – el otro Agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo, – hijo de la renegada.
Sabido lo ha Albayaldos – en un paso que guardaba.

Romance de Albayaldos

¡Santa Fe, cuán bien pareces—en los campos de Granada!
que en ti están duques y condes,—muchos senores de salva,
en ti estaba el buen Maestre—que dicen de Calatrava,
éste a quien temen los moros,—esos moros de Granada,
y aquese que las corria,—picándolos con su lanza,
desde la puente de Pinos—hasta la Sierra-Nevada,
y despues de bien corrida—da la vuelta por Granada.

Hasta las puertas de Elvira—llegó a hincar su lanza;
las puertas eran de pino,—de claro en claro las pasa.
Sacábales los captivos—que estaban en la barbacana,
tómales los bastimentos—que vienen para Granada.
No tienen nigún moro—que a demandárselo salga,
sino fuera un moro viejo—que Penatilar se llama,
que salió con dos mil moros,—y volvió huyendo a Granada.

Sabido lo ha Albayaldos—allá allende do estaba,
hiciera armar un navío,—pasara la mar salada.
Sálenselo a recibir—esos moros de Granada,
allí se lo aposentaban—en lo alto de la Alhambra.
Íbaselo a ver el rey,—el rey Alijar de Granada:
—Bien vengades, Albayaldos,—buena sea vuestra llegada.
Si venís a ganar sueldo,—dároslo he de buena gana,
y si venís por mujer,—dárseos ha mora lozana:
de tres hijas que yo tengo,—dárseos ha la mas gallarda.—
¡Mahoma te guarde, rey,—Alá sea la tu guarda!
que no vengo a ganar sueldo,—que en mis tierras lo pagaba;
ni vengo a tomar mujer,—porque yo casado estaba;
mas una nueva es venida—de la cual a mí pesaba,
que vos corria la tierra—el Maestre de Calatrava,
y que sin ningún temor—hasta la ciudad llegaba,
y que por la puerta de Elvira—atestaba la su lanza,
y que nadie de vosotros—demandárselo osaba.

A esto vengo yo, el rey,—a esto fué mi llegada,
para prender al Maestre,—y traelle por la barba.—
Allí habló luego un moro—que era alguacil de Granada:—
Calles, calles, Albayaldos,—no digas la tal palabra,
que si vieses al Maestre—temblar te hia la barba,—
porque es muy buen caballero—y esforzado en la batalla.—
Cuando lo oyó Albayaldos,—enojadamente habla:
—Calles, calles, perro moro,—si no darte he una bofetada,
porque yo soy caballero,—y cumpliré mi palabra.
—Si me la das, Albayaldos,—serte ha bien demandada.—
El rey desque vió esto—el guante en medio arrojara:—
Calledes vos, alguacil,—no se os debe dar nada,
que Albayaldos es mancebo;—no miró lo que hablaba.—
Allí hablara Albayaldos,—al rey de esta suerte habla:—
Dédesme vos dos mil moros,—los que a mí me agradaban,
y a ese fraile capilludo—yo os le traeré por la barba.—
Diérale el rey dos mil moros,—lo que él le señalara:
todos los toma mancebos,—casado no le agradaba.
Sabídolo ha el Maestre—allá en Santa Fe do estaba,
salióselos a recibir—por aquella vega llana
con quinientos comendadores,—que entonces más no alcanzaba.
A los primeros encuentros—un comendador a pié anda;
Avendaño habia por nombre,—Avendaño se llamaba.
Punchándole anda Albayaldos—con la punta de la lanza,
a grandes voces diciendo,—con su lanza ensangrentada:—
Dáte, dáte, capilludo,—a la casa de Granada.
—¡Ni por vos, el moro perro,—ni por la vuestra compaña!—
Ellos en aquesto estando,—el Maestre que allegaba,
a grandes voces diciendo:—¡Santiago! y ¡Calatrava!—
Álzase en los estribos,—y la lanza le arrojaba;
dióle por el corazon,—salido le había a la espalda.
Como ovejas sin pastor—que andan descaminadas,
ansí andaban los moros—desque Albayaldos faltara,
que de dos mil y quinientos—-treinta solos escaparan,
los cuales vuelven huyendo,—y se encierran en Granada.
Bien lo ha visto el rey moro—de las torres donde estaba;
si miedo tenia de antes,—mucho más allí cobrara.

Romance del moro Alatar

De Granada parte el moro – que Alatar se llamaba,
primo hermano de Albayaldos, – al que el Maestre matara,
una lanza con dos fierros – que treinta palmos pasaba,
hízola aposta el moro – para bien señorearla;
una adarga ante sus pechos – toda nueva y cotellada;
una toca en su cabeza – que nueve vueltas le daba,
los cabos eran de oro, – de oro, de seda y de grana;
lleva el brazo arremangado, – so la mano alheñada.

Tan sañudo iba el moro, – que bien demuestra su saña,
que mientras pasa la puente, – nunca al Darro le miraba.
Rogando iba a Mahoma, – a Mahoma suplicaba,
que le muestre algún cristiano – en que ensangriente su lanza.

Camino va de Antequera, – parecía que volaba,
solo va, sin compañía, – con una furiosa saña.
Antes que llegue a Antequera, – vido una seña cristiana,
vuelve riendas al caballo – y para ella le guiaba,
la lanza iba blandiendo, – parecía que la quebraba.
Saliósele a recibir – el Maestre de Calatrava,
caballero en una yegua, – que ese día la ganara,
con esfuerzo y valentía – a ese alcaide del Alhama;
de todas armas armado, – hermoso se divisaba,
una veleta traía – en una lanza acerada.

Arremete el uno al otro, – el moro gran grito daba,
diciendo: -¡Perro cristiano, – yo te prenderé la barba!
El Maestre entre sí mismo – a Cristo se encomendaba.
Ya andaba cansado el moro, – su caballo ya aflojaban;
el Maestre, que es valiente, – muy gran esfuerzo tomaba.
acometió recio al moro, – la cabeza le cortara.
El caballo, que era bueno, – al rey se lo presentaba,
la cabeza en el arzón, – porque supiese la causa.

Romance del moro Barbarín

Por la vega de Granada—un caballero pasea
en un caballo morcillo—ensillado a la gineta:
adarga trae embrazada,—la lanza traia saangrienta
de los moros que habia muerto—antes de entrar en la Vega.
Los relinchos del caballo—dentro en el Alhambra suenan;
oídolo habian las damas—que están vistiendo a la reina:
salen de presto a mirar—por allí a ver quién pasea;
vieron que en su lado izquierdo—traia una cruz bermaja;
conocieron ser cristiano,—vanlo a decir a la reina.
La reina, cuando lo supo,—vistiérase muy de priesa;
acompañada de damas—asomóse a una azotea.
El Maestre la conoce,—bajado le ha la cabeza;
la reina le hace mesura,—y las damas reverencia.
Con un paje que allí estaba—le envía a decir,
¿qué espera? El Maestre le responde:—
Amigo, decí a su Alteza que si caballero moro—hubiere
que lo merezca, que por servir a las damas—
me venga a echar de la Vega.— Oídolo ha Barbarin,—
que quiere tomar la empresa; las damas lo están armando,—
mirándolo está la reina.
Muy gallardo sale el moro,—caballero en una yegua,
por las calles donde iba—va diciendo:—¡Muera, muera!—
Cuando fué junto al Maestre,—de esta suerte le dijera:
Date por mi prisionero,—que a las damas y a la reina
he dejado prometido—de llevarles tu cabeza.
Si quieres ser mi captivo, les quitaré la promesa.—
El Maestre le responde—con voz alta y muy modesta:—
Cumple, a ser buen caballero,—si tú quieres, tal empresa.—
Apártanse uno de otro—con diligencia y presteza,
juegan muy bien de las lanzas,—arman muy buena pelea.
El Maestre era más diestro,—al moro muy mal hiriera:
el moro desesperado—las espaldas le volviera.
El Maestre le da voces, diciendo:—¡Cobarde,
espera, que te afrentarán las damas—si no cumples tu promesa!—
Y viendo que se le iba,—a más correr le siguiera,
enviándole con furia—la lanza por mensajera.

Acertádole habia al moro,—el moro en tierra cayera;
apeádose ha el Maestre,—y cortóle la cabeza.
Con un paje se la envía—a la reina, que la espera,
con un recaudo que dice:—Amigo, decí a la reina,
que pues el moro no cumple—la palabra que le diera,
que yo quedo en su lugar—para servir a su Alteza.

Guerra de Granada y muerte de D. Rodrigo

En 1482 comienza la Guerra de Granada y el maestre de Calatrava es llamado a proteger el Reino de Jaén, donde la orden tenía varias posesiones. En marzo de ese año se captura Alhama. En mayo Rodrigo Téllez sale con tropas desde Almagro para encontrarse en Córdoba con el rey Fernando. Tras dejar a las tropas defendiendo Alhama vuelve a Córdoba. De allí sale el 1 de julio para poner cerco a Loja, junto con algunos de sus familiares y aliados. El día 13 de julio durante la lucha Rodrigo Téllez es alcanzado por dos saetas y muere, con sólo 26 años de edad. El cuerpo de «El Ángel» fue sepultado en la iglesia de Porcuna, siendo posteriormente trasladado al Convento de Calatrava.