Oficios desaparecidos.- El afilador

Mª Dolores López-Tercero Sánchez.- Hace unas horas, se escuchaba por las calles de Moral el sonido del afilador; quien, desde su furgoneta llamaba a los vecinos para que afilasen sus cuchillos, tijeras y otros utensilios de corte.

Con los años este oficio ha evolucionado, adaptándose a las nuevas necesidades y comodidades; pero, si quieres saber cómo era antes la profesión de afilador y su origen, Esquina de Mauricio te invita a seguir leyendo.


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La época de apogeo de este oficio se remonta a los siglos XVIII- XIX, viviendo un declive desde el siglo XX hasta la actualidad, en que apenas unos pocos viven como afiladores por las calles de algunos pueblos y ciudades.

Su origen está en Galicia, y más concretamente en Ourense, conocida como “Tierra de Chispas”, por los destellos de la piedra de afilar al pasar los útiles que se afilaban en ella. Desde aquí, se extendió por el resto de España y América Latina.

Iban de pueblo en pueblo, durante meses, llamando a la clientela con su sonido peculiar. En sus comienzos, empleaban una placa de hierro sobre la llanta de la rueda, cuando ésta giraba, se emitía el característico silbido que llamaba la atención de los vecinos. Con los años, se utilizó un chiflo (flauta de pan hecha de cañas) para avisar a los posibles clientes. Con este instrumento, que lo hacían sonar de agudos a graves y viceversa, y el grito de “¡el afilador!”, este comerciante ambulante se hacía escuchar por todos los rincones de las localidades que visitaba.

Aunque en la actualidad podemos verles en moto o furgoneta, y rara vez en bicicleta, en origen trasladaban su rueda de afilar a hombros, pasando, posteriormente, a llevarla en un carro de madera de una sola rueda de tamaño grande.


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Los clientes también han ido cambiando a lo largo de los años, pasando de carniceros, pescaderos, agricultores, etc., a restaurantes y algunos particulares que aún hacen de ésta profesión un medio de vida para algunas personas.

Oficio que pasaba de generación en generación. Los padres enseñaban a sus hijos cuando aún eran unos niños, pues, aunque parece algo sencillo, se necesitan unos conocimientos básicos, además de las herramientas adecuadas, para afilar los útiles de corte.

Algunos de los afiladores también reparaban ollas, cazuelas o, incluso, paraguas.

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