La gran batalla del conocimiento neurocientífico

Juan Lerma.- El cerebro humano es la estructura biológica más compleja que se conoce. Genera todos nuestros pensamientos y comportamientos, y cuando funciona mal causa cientos de desórdenes en todas las edades. En términos estrictamente económicos, esto representa para la sociedad una carga mayor que el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes juntas.

Es más, atendiendo a los datos disponibles, los europeos afectados por algún desorden cerebral más que duplican en número a los infectados por SARS-CoV-2, lo que convierte a las enfermedades cerebrales en una auténtica pandemia no controlada y aconseja y justifica que, de manera urgente, se refuerce el estudio del cerebro. Parafraseando a Cajal, no entenderemos la base del pensamiento o de la enfermedad cerebral hasta que descubramos los principios fundamentales que subyacen a la complejidad estructural y funcional del cerebro. Como ha sucedido con todos los descubrimientos científicos que han sido fundamentales y han estimulado revoluciones, del conocimiento del cerebro debemos esperar, no solo tratamientos de los desórdenes cerebrales, sino también cambios conceptuales en la forma de entendernos a nosotros mismos y nuestro lugar en la naturaleza.


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Con excepción del Instituto de Neurociencias (IN) en Alicante y el Instituto Cajal (IC) en Madrid, la investigación en Neurociencia en el CSIC la realizan, por regla general, grupos pequeños y dispersos por departamentos universitarios, hospitales e institutos de investigación biomédica (p. ej. el IBiS, el CBM, etc.). Lo mismo se podría decir de la neurociencia ajena al CSIC. En el panorama europeo, las cosas son un poco distintas.  En Francia se han realizado serios esfuerzos de concentración de recursos en neurociencia con la creación del Neurocampus de la Universidad de Burdeos o el campus Paris-Saclay, que se han convertido en importantes focos de atracción neurocientífica en Europa. En el Reino Unido también se ha reforzado la creación de centros multidisciplinares con enfoque neurocientífico, particularmente en Oxford (225 grupos en neurociencia, neurología y psiquiatría), y en el University College de Londres. Acciones similares se están desarrollando en otros países como Alemania (múltiples institutos Max Planck con enfoque neurocientífico y con altos presupuestos), Finlandia, etc., junto a la creación de nuevos centros y programas de neurociencias en USA, Japón, China, Australia, etc.


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Y es que, a pesar de los claros avances a los que hemos asistido durante el siglo XX en este ámbito de estudio, y gracias a la adopción por parte de la neurociencia de disciplinas modernas como la biología molecular, celular, de sistemas, computacional, etc., la comprensión de las causas que originan los trastornos neurológicos y psiquiátricos sigue siendo un auténtico desafío. El volumen 5 del libro blanco elaborado recientemente por el CSIC pone de manifiesto las fortalezas de la institución en este campo de estudio, que son numerosas. Responder a preguntas como ¿cuáles son los mecanismos básicos del aprendizaje y la memoria?, ¿qué fuerzas organizan las neuronas durante el desarrollo para formar núcleos y circuitos funcionales y coherentes?, ¿qué principios hacen posible los mecanismos computacionales de los circuitos neuronales?, etc., son retos que llevarán a determinar la causalidades de las discapacidades cerebrales e identificar dianas para nuevas estrategias terapéuticas.


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Este libro blanco también señala una serie de debilidades, mayoritariamente relacionadas con los aspectos organizativos de la investigación en nuestra institución. Por tanto, conviene hacer una reflexión sobre el futuro con ideas de organización más imaginativas. Hay que prepararse para la batalla del conocimiento neurocientífico, porque el futuro ya está aquí.