El colmenar de «los pablos» a mi abuelo

7 DE DICIEMBRE DE 1992. Recuerdo que cuando niño… Juan Ramón Jiménez: Almas de Violeta, “Remembranzas”.

Colmenar de Pablo

Fausto Calzado de la Torre.- El poema que voy a leer a continuación está dedicado a mi abuelo, que murió el 7 de diciembre de 1992. En él se hace referencia a determinados aspectos, singulares de mi pueblo, Moral de Calatrava, que, para quienes no lo conocen, conviene explicar previamente, con el fin de que puedan entender mejor el texto. Igualmente aparecen recuerdos personales que también es preciso comentar.

Como diré en otro texto, yo nací en un pueblo de casas blancas y tejados rojos que se asienta en la falda de varios cerros. En uno de ellos, hay una fuente, más bien una aljibe excavada en la roca, al fondo de una pequeña explanada. No tendría yo más de tres o cuatro años la primera vez que mi abuelo, a quien los médicos habían recomendado andar, porque tenía problemas de circulación en las piernas me llevó con él a por agua a dicha fuente. La caminata era una verdadera necesidad, que él hacía regularmente, y al que yo acompañaba cuando no iba al colegio.


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Ya desde antes de que yo empezara a irme con él, mi abuelo llevaba un burro, gris como Platero, pero de nombre mucho menos poético, porque todo el mundo en la casa lo conocía simplemente como El Borrico. Habitualmente estaba en la cuadra y era un animal dócil al que mi abuelo le ponía un serón para transportar las cosas que necesitaba: básicamente una bombona de media arroba (el equivalente a unos 8 litros) y un bote de hojalata con el que cogía el agua de la fuente para llenar la garrafa. Cuando yo iba con él, mi abuelo me montaba en lo alto del serón y así me ahorraba el esfuerzo de subir por un camino bastante empinado. Sin embargo, cuando no lo acompañaba yo, aunque llevase el burro, iba también andando, algo que no comprendí hasta que, pasados unos años, deduje que el burro lo llevaba solo para transportar la bombona y el bote y que, en realidad, ir a por agua era una excusa para hacer ejercicio.


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A lo largo de varios años, me mantuve cerca de mi abuelo y alejado de la fuente, por miedo a caerme al agua. Pero, pasado el tiempo, habría cumplido ya los seis o siete años, empecé a aventurarme por los alrededores. La explanada estaba rodeada por un terreno más elevado y más abrupto y pedregoso. En una de aquellas ocasiones acerté a subirme a una piedra que entonces me pareció enorme –ya sabéis que de niños las dimensiones se distorsionan y hasta se exageran- y, por azar, me puse a mirar el paisaje. En primer término, observé la casa que da nombre a aquel lugar y a la fuente misma, llamada Colmenar de los Pablos. Los colmenares son edificaciones típicas de Moral, construidas en lugares estratégicos de los cerros, donde se practica todavía el arte de la apicultura o cría de abejas. Aun cambiando la perspectiva, el edificio en cuestión no me llamó excesivamente la atención, pues habitualmente pasábamos junto a él camino de la fuente.

Dirigí entonces la mirada hacia el horizonte y pude contemplar uno de los paisajes más hermosos que jamás hayan visto mis ojos. En primer término observé el caserío de mi pueblo, que me pareció inmensamente blanco. Me sorprendí primero y me regocijé después al comprobar que podía abarcarlo completo de un solo vistazo. -En mis correrías por sus calles, las distancias me parecían grandísimas.- Fui deteniendo la mirada en cada uno de sus barrios, después en las calles que me resultaban conocidas y, finalmente, vi cómo en las casas más próximas, ya en la falda del cerro, la gente menudeaba como hormigas por sus patios y corrales.


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Alargué luego la vista a los alrededores del pueblo y, en lontananza, pude divisar la segunda maravilla que me extasió aquel día: un amplio campo de olivares agitado por el viento, que inmediatamente asocié con el mar, que por aquellos días sólo había podido ver en el cine. Cuando muchos años después, haciendo el Servicio Militar en la Isla de la Palma, la Isla Bonita, dejaba volar mi imaginación contemplando también, durante aquellas inacabables guardias, el hermoso mar de las Canarias, esta imagen de mi pueblo volvía una y otra vez a mi memoria.

Ya he dicho que aquel día hacía aire, mucho aire, y una ráfaga cegó mis ojos produciéndome un llanto espontáneo. Quizá quisiera llorar de emoción y el viento sólo tuvo que empujar. Pletórico, volví al lado de mi abuelo, que ya recogía sus cosas y, antes de volver, como siempre, tomó agua de la fuente, de aquella fuente de agua buena y transparente, y me dio a beber de su mano. Había intentado muchas veces enseñarme a beber de esa manera, pero jamás pude aprender o, tal vez, no quise.

Vaya mi recuerdo, emocionado, para mi abuelo, cuya presencia tantos momentos de felicidad me ofreció. Un hombre que, en palabras de Antonio Machado, era, “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

El poema dice así:
“Retirado en la paz de estos desiertos…”(Quevedo) “Pero hoy recuerdo…” (Antonio Machado).

En la paz de estos campos de olivares,
Donde emerge de antaño remembranza
a la sombra de viejos colmenares,
Tu nombre evoco desde la esperanza.

Y casas blancas, añorando mares,
Que reflejan el sol en lontananza,
Me traen memoria de antiguos pesares,
Dejando en mí una agridulce añoranza.

A la sombra de un cerro ceniciento,
De una fuente de clara y transparente Agua,
me das a beber de tu mano…

Pero hoy recuerdo y, recordando, siento
La caricia de tu alma, permanente,
Y el calor de tu rostro más cercano.

31 de enero de 2000